Un sentido para dirigir: el sentido del humor

“El maestro en el arte de vivir casi no hace distinción entre su trabajo y sus juegos; sus labores y sus placeres; su mente y su cuerpo; su educación (y aprendizaje) y su recreación; sus amores y su religión. A duras penas sabe cuál es cuál. Simplemente persigue su visión de excelencia en todo lo que hace, dejando a otros que decidan si está trabajando o jugando (y divirtiéndose). En su opinión, siempre está haciendo ambas cosas" (1).

Afirma mi colega Sergio Raimond-Kedilhac que hay 6 “sentidos” para dirigir, 5 de ellos son: sentido común, de responsabilidad, profesional, sobrenatural y de urgencia. Pero ¿y el sentido del humor? Se supone que quien dirige lo hace con seriedad, gravemente, pues está tomando decisiones trascendentes e importantes. Y sí, son decisiones importantes, y quizás hasta trascendentes, pero no hay por qué no disfrutarlas, con humor.

El humor es un antídoto contra la pesadumbre, y hace más llevaderos y menos amargos los inevitables momentos arduos que se le presentan a quien ha decidido alcanzar un objetivo difícil. Dichos momentos se enfrentan mejor si se posee sentido del humor, el cual comienza con uno mismo, al no tomarse demasiado en serio.

El humor lo posee quien, como niño, se asombra, se divierte y se ríe. Como menciona la cita al principio de esta nota, no sabe si se está divirtiendo, o aprendiendo, jugando o trabajando; que eso lo decidan los demás. A veces se habla de volver a ser como niños para aprender de una manera tan suelta y aparentemente no complicada, usando la curiosidad o ingenuidad para plantarse interrogantes. También hay que considerar que, con su manejo del humor, un niño juega (y se divierte) mientras aprende.

El humor ayuda a transmitir mensajes positivos a los subordinados ¿Qué preferirá escuchar un empleado u operario: “Tenemos que observar el entorno con atención y cuidarnos ante las acciones agresivas de nuestros concurrentes que pretenden erosionar nuestras ventajas competitivas” u “Ojo, camarón que se duerme se lo lleva la corriente.”

El humor es útil para la convivencia, con los colegas, (hasta ayuda si son “pesaditos”, es decir de “sangre pesada”). A veces se elige a los subordinados o hasta al superior, pero casi nunca a los colegas y con ellos hay que trabajar (recordemos el refrán de “con esta yunta me tocó arar”…) así que el humor ayuda en dos sentidos: les caeremos mejor, y si no son muy simpáticos…, podremos sobrellevarlos.

El humor sirve hasta para mejor convivir y tener mejor trato con los superiores. Anteriormente hemos afirmado que en la enseñanza del management se le da mucha (casi toda) importancia al trato con los subordinados y al trabajo en equipo, y se deja muy poco (casi nada) al trato con los superiores. Saber tener buena relación con ellos (superiores mediatos e inmediatos, e incluso miembros del Consejo y de la Asamblea de Accionistas en su caso) ayuda a forjar la carrera de cada quien. En el trato con ellos un buen sentido del humor es siempre apreciado y bienvenido.

El humor lo posee quien, con una mentalidad de atleta, se enfrenta con optimismo a los desafíos, calculando cómo sobrellevarlos, con la sonrisa que es común a quienes tienen una actitud triunfadora.

El humor, como mucho de lo vale la pena en la vida, no es fácil de obtener, implica esfuerzo, implica hasta forzarse uno mismo. Dicen los actores que es más difícil ser actor cómico que dramático, porque es más difícil hacer reír. Lo creo al 100%, porqué sucede lo mismo con escribir, se torna más complicado escribir de modo humorístico. Paradójicamente, el observador externo percibe que es más fácil ser actor o escritor cómico que serio. Cuando leemos a ese gran autor que fue Jorge Ibargüengoitia, tan claro, tan ameno, tan chistoso (su manejo del sentido del humor es excelente) se nos antoja que es fácil escribir así. No, no lo es.

1. Texto Zen, citado por Lester C. Thurow en su libro “Head to Head”, William Morrow and Company, New York, 1992.

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