Dejar huella, hacer camino



Con cariño a mi maestro, Don Miguel Martínez

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar,
Pasar haciendo caminos. Caminos sobre la mar
Antonio Machado (1898-1937)

por Carlos Ruiz González*

En la segunda mitad de la década de los 60’s pasé de primaria a secundaria: un cambio fuerte para alguien de 12 años. En aquel entonces cursábamos un “taller”. Las alternativas eran tres: estructuras metálicas, electricidad, radio. Yo cursé las dos últimas. En electricidad hacíamos, entre otras cosas, “amarres”, es decir uníamos cables entre sí. Había varios tipos, con sus correspondientes nombres (el “Western” corto, el “Western” largo” el “Cola de rata”, etc.). Por otra parte, en el taller de radio construimos un pequeño radio (de un bulbo).

Una parte interesante de estos talleres es que a veces teníamos que ir a comprar material al centro de la ciudad de México, que por cierto todavía no se llamaba el “centro histórico”, se llamaba simplemente así: el centro. Comprábamos cable, “Spaghetti” (que era un tubo flexible, de plástico de colores para cubrir el cable), resistencias (con colores que identificaban su capacidad) y otras tantas cosas. Íbamos los sábados en la mañana, al “pasaje López”, y aprovechábamos para comernos algún antojo.

Exigencia y satisfacción

Han pasado casi 40 años, y hoy sigo arreglando cosas en la casa; usando alambres y cinta de aislar. Y cuando termino cada arreglo, siempre pienso en las enseñanzas de mi maestro de esos dos talleres: el profesor Miguel Martínez.

Vivimos en una época en que nos gusta obtener todo de inmediato, una época que no siempre se valora el tiempo y el esfuerzo que exige hacer las cosas bien: hacerlas bien para que no haya que volverlas a hacer. Hacerlas bien porque es así como nos sentimos bien con nosotros mismos.

Para mi maestro, el profesor Martínez hubiera sido muy fácil dar por bueno el trabajo que le presentábamos, pero no era así. Exigía y exigía para sacar lo mejor de nosotros. Exigía para que sólo nos sintiéramos satisfechos en la medida en que nosotros mismos nos exigiéramos hacer las cosas bien.




Conectarse a la perfección: una enseñanza de vida

El pudo haber sido menos exigente -entre quienes estábamos en secundaria era casi seguro que ninguno sería electricista. Pero no, Miguel Martínez sabía exigir. En aquellos tiempos me preguntaba porque tanta exigencia en algo aparentemente banal, como hacer una conexión, o unir un cable a una clavija o instalar un apagador. Ahora, varios años después, me doy cuenta de que, de manera práctica, nos estaba enseñando a cuidar los detalles, a hacer las cosas bien, a demandarnos perfección desde el principio y en lo aparentemente simple, hacerlo bien. Después vendrían batallas quizá más complicadas, o rudas, pera ya estaríamos preparados por habernos exigido en lo inicial.

Recuerdo también que además de exigirnos nos aconsejaba dar buena impresión, dejar las cosas en orden, bien hechas; asombrar no con palabras sino con hechos. Insistía en que para destacar no hay que echar mucho “rollo” sino dejar que nuestras obras, nuestros logros (trabajo bien hecho) hablen por nosotros.

Hacer las cosas bien tiene consecuencias, una persona que hace las cosas bien es mejor persona, casi hasta podría afirmarse al revés, quien hace cosas de calidad es una persona de calidad. Además, haciendo las cosas bien hacemos algo por los demás,:
1º el que recibe nuestro trabajo estará satisfecho,
2º si vivimos de nuestro trabajo, el trabajo bien hecho nos dará de comer a nosotros y a quienes dependen de nosotros y
3º hacer bien el trabajo se vuelve una manera de dar buen ejemplo a quienes nos ven hacerlo bien.

De principio a fin

Un empresario, un directivo exitoso se caracteriza por ello, por hacer las cosas completas, por terminar lo que hace, por dar el ejemplo no con palabras, sino con hechos.

La mejor educación es la de hábitos, esos hábitos que, si son buenos y practicados de manera constante, se convierten en virtudes. En la década de los 60’s un profesor infundía esas virtudes en un grupo de adolescentes de 12 y 13 años que hacían amarres con alambres y arreglaban radios. Quizá no se trata de algo que a los ojos contemporáneos resulte muy glamoroso, pero para quienes lo vivimos resultó una enseñanza valiosísima. Muchas gracias profesor Martínez.

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